Hoy he estado en Arévalo, en mi primera marcha cicloturista de la temporada: La Vázquez Palomo en su séptima edición. Tenía ganas de correrla y los años anteriores siempre me coincidía en fechas en las que no me era posible. En 2011 era una semana antes , supongo que por las fiestas de Semana Santa, y me ha venido como anillo al dedo.
Al polideportivo de Arévalo se llega bien, si le das la dirección al navegador. Llegas a una calle larguísima y ves una pancarta hacia la mitad. Piensas: "Allí es" y no te equivocas. Dejé el coche como a unos 200 metros y me fui en bici con la mochila al hombro a recoger el dorsal. Cuando llego, me encuentro un montón de bicis apoyadas en la pared y un aparcabicis vacío. Debía estar esperando para mi BH Contour, así que allí la planté, como se puede ver en la imagen. La pobrecica debía sentirse sola.
Los dorsales se recogían hasta media hora antes de la salida y había dos colas diferenciadas: Para los que habíamos hecho la preinscripción y para los que no. La organización había preparado un desayuno para quienes lo quisieran y los vestuarios estaban a nuestra disposición, más de uno tuvimos que usarlos para cambiarnos porque nos habíamos ido demasiado ligeritos de ropa (pero decentes, ¿eh?). Mientras esperaba conocía Álvaro, otro zamorano de 21 años que me contó un buen número de andanzas por marchas de casi toda la geografía española.
La salida a las 9:30 de la mañana, con niebla, más frío del esperado, y un tramo adoquinado que la organización debía haber puesto en el recorrido para celebrar que hoy también se corría la Paris-Roubaix. Fuimos agrupados unos 20 kilómetros hasta el primer tramo libre y en cuanto nos dieron suelta aquello fue el acabóse: De repente a todo el mundo le entró la prisa, supongo que por llegar los primeros al avituallamiento y pillar las mejores viandas. Yo, acostumbrado como estoy a la cariñosa compañía del coche escoba, ya me hice a la idea de recoger las sobras con total abnegación. Para colmo, el tramo duraba 25 kilómetros, 5 más de los 20 previstos. Hicimos un grupete majo entre tres bicicleteros y llegamos con tiempo y hambre al avituallamiento. ¡Cómo nos pusimos! Bocatillas de salchichón, fruta, bebida isotónica... y sin un lugar para depositar los orines, que no era plan de ponerse a mear en medio del pueblo, Fontiveros creo que se llamaba.
Precisamente en Fontiveros conocí a David, el que seguramente sería el cicloturista más joven. Con sólo quince añitos era la primera vez que hacía la marcha completa, otros años había ido desde allí hasta Arévalo, un poco más de la mitad. Un chico majete, lo mismo que su familia, que estaban allí acompañándole y que tenía una Mendiz de fibra de carbono. Los que me conocéis ya sabéis el poco cariño que tengo yo a esta marca, pero la burra tenía muy buena pinta, tengo que reconocerlo.
Con la sudada que llevábamos encima y el frío que hacía estábamos deseando arrancar, y así lo hicimos. Al principio la cosa fue neutralizada y la verdad es que algunos pasamos un poco de miedo. De repente alguien frenaba, tú también frenabas y oías cómo el que venía detrás lanzaba denuestos e improperios que uno no creía merecerse. Todo acabó en cuanto nos dieron suelta otra vez sobre el kilómetro sesenta y algo. En esa ocasión intenté meterme en el segundo grupo pero aquella gente no tenía ningún respeto por los que ya tenemos canas en la barba (en la cabeza ya quisiéramos) y corrían como posesos, se ve que querían tener agua caliente en las duchas.
Afortunadamente hicimos un grupillo majo. Nos juntamos 6, 7 u 8 (no estaba yo como para andar contando) y fuimos dando relevos durante el tiempo que quedaba. Bueno, yo durante un rato no, que el ratillo que fui con los galgos aquellos me había pasado factura, pero los compañeros de grupeta respetaron mi falta de fuelle y según fui recuperando me reincorporé a la rueda. Subimos un repecho (el único) corto e intenso donde nos disgregamos un poco, y en la bajada volvimos a juntarnos. Fuimos junticos desde allí hasta la meta en agradable compañía y llegamos a Arévalo encantados con el recorrido. La recta de meta te da tiempo a disfrutar la llegada, y cuando la traspasamos nos despedimos amigablemente hasta otra ocasión (bueno, sólo quedábamos tres en ese momento...)
Luego, tras realizar unas purificadoras abluciones con agua más bien fría, nos fuimos a comer. Una riquísima caldereta (yo me zampé dos platos, y confieso que en el primero le pedí a la cocinera que me echase un poco más a lo que ella accedió gustosa), chorizo y queso para picar, y pastelitos de postre, todo ello regado con refrescos varios y hasta vino. Al terminar, cada mochuelo a su olivo donde esperaremos la próxima cita bicicletera.
Al año que viene, si las fechas me lo permiten, vuelvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario